ENTREVISTADOR (E): Señor
Benito Juárez, ¿en qué momento fue que se abrieron las perspectivas para los
liberales en nuestro país?
BENITO JUÁREZ (BJ): Cuando
Juan Álvarez fue designado presidente interino de la República, pues en este
gobierno, Melchor Ocampo y yo ocupamos un lugar relevante, a través del cual, buscábamos
reformar una sociedad y Estado que habían carecido de solidez.
E: ¿En qué consiste el
programa que proponen los liberales?
BJ: en la separación de la
Iglesia y del Estado, la abolición de los fueros militares y la
desamortización de los bienes
pertenecientes a comunidades religiosas.
E: ¿De qué manera se ha avanzado
en la consecución de los fines que persigue este programa liberal?
BJ: No se ha logrado la
completa separación de la iglesia y del Estado, ni la libertad de culto, pero
desde 1856 se promulgó la Ley Lerdo, por la cual se desamortizaron los bienes
de la Iglesia y Corporaciones.
E: ¿Cómo fue que asumió la
presidencia de la República?
BJ: Juan Álvarez abandonó la
presidencia debido a los achaques de la edad. Entonces, el gobierno provisional
recayó en la figura de Comonfort; en ese momento, yo ocupé la presidencia de la
Suprema corte de Justicia. Después del golpe de Estado de Zuloaga, Comonfort
abandonó el país y yo fui liberado de prisión para asumir la presidencia del
país.
E: Pero, según tengo
entendido, cuando usted tomó posesión de la presidencia, Zuloaga también hizo
lo propio, ¿cómo fue este período en que existieron dos gobiernos?
BJ: Fue una terrible guerra
civil que duró tres años, de 1856 a 1861. Período en que proclamé un conjunto
de disposiciones legales que establecían la nacionalización de bienes eclesiásticos,
la creación del registro civil, la secularización de cementerios y la
instauración del matrimonio civil. Con estas medidas quedaban sentadas las bases de una sociedad
secularizada.
E: Pero, me imagino que
estas disposiciones no fueron del agrado de los miembros del clero, ¿o me
equivoco?, ¿cuál fue la reacción de la Iglesia ante estas leyes de reforma?
BJ: Claro que no fueron del
agrado de los clérigos. La postura mayoritaria del episcopado mexicano fue
expresada por medio de un documento conocido como Manifestación, por medio del cual los obispos condenaron todas las
leyes proclamadas y me desconocían como presidente de la República.
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